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domingo, 29 de mayo de 2016

Empezar a correr.

Desde los primeros pasos, el ser humano tiende a correr. Es un acto natural y evolutivo por el que nuestro cuerpo está diseñado para mantener la homeóstasis, trasladando toda una herencia biológica de supervivencia, desarrollada durante millones de años, a tu propio organismo.


A veces sucede que de adultos dejamos de hacerlo y volvemos a correr gracias a un click, sin haber tenido en cuenta a aquellos 'homo sapiens' que huyeron de sus depredadores o sin pensar en las carreras que se pegaba tu tatarabuelo para darle las buenas noches a tu tatarabuela, a tres pueblos de distancia, esquivando a su padre y evitando a su suegro. Solo buscamos mejorar nuestra salud, un estado de bienestar físico y mental.

Empezamos estrenando una motivación y, con suerte, ropa interior de poliéster. Pero sucede que cuando todavía vas por casa de los Flanders, ya te duelen las piernas, sientes mareos y te vienen a la cabeza miles de sitios en los que preferirías estar. Pero entonces te acuerdas de tu 'yo' del pasado, el que ha estado toda la semana preparando un exhaustivo planning en un folio con el horario del trabajo, comidas, sueño y hasta de cuándo ir al baño. Te acuerdas de que te has gastado 200€ en ropa, zapatillas y un pulsómetro que seguramente esté roto, marca 150 pulsaciones antes del primer kilómetro.


Todas esas motivaciones extrínsecas se unen y, contrariamente a todas las apuestas, sigues corriendo. Incluso pasas junto a unos conocidos y finges que no estás muriendo, te preguntas si verán cómo tiembla tu pecho con tanto latido. Pronto te das cuenta de que has tenido un error de cálculo, querías empezar con 3 kilómetros pero no te acordaste de la vuelta a casa ni de que en media hora habías quedado para jugar al ajedrez con tu ciberamigo de Chile. Así que das media vuelta, ya te duelen partes de tu cuerpo que no conocías pero al final, tras la mayor odisea que vas a relatar esa noche en Facebook, logras llegar a casa. 

Al día siguiente, el dolor de cuerpo puede contigo -ni siquiera sabes cómo deberías estirar- pero lograste tu primer objetivo, el más difícil, y solo quieres volver a probar en cuanto consigas mover las pestañas. Ves muy posible mejorar lo del primer día. Y así es: vuelves a intentarlo y ya descansas menos, respiras mejor y, por momentos, incluso empiezas a disfrutar.



Ese es uno de los factores clave, es el momento en que se está gestando una motivación intrínseca en ti. La cual te hace sentir que puedes con todo, que con el sacrificio adecuado llegarás a conseguir cualquier objetivo que te propongas. Pronto llegarán los beneficios, un mejor estado de salud, una mayor calidad de vida, un cuerpo más tonificado, delgado y con menos grasa. Y lo más importante, un estilo de vida que se retroalimenta haciéndote disfrutar de lo que te hace sufrir.

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